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domingo, 10 de agosto de 2008

"La voracidad del tigre asiático"


L'important n'est pas de gagner, mais de participer

(“Lo importante no es ganar sino participar”)

Pierre de Coubertin (1863-1937)

Por estos días quedamos deslumbrados con la ceremonia de inauguración de los juegos olímpicos que se celebran este año en Beijing (China). Simplemente espectacular. Sin lugar a dudas, el director chino Zhang Yimou realizó un excelente trabajo. De acuerdo al país anfitrión se realizan actos y obras alusivas, teniendo siempre como eje el espíritu deportivo de la competencia. A través del siglo XX se ha respetado la intención del barón Pierre de Coubertin (Padre de los Juegos Olímpicos modernos), consignada en la frase del inicio. Sin embargo, esta vez la imagen del anfitrión de las justas se ve empañada por su turbulento pasado.

La civilización le debe mucho a la cultura China. De acuerdo a los historiadores, de esa gran extensión del este de Asia surgieron los 4 grandes inventos de la antigüedad, el papel, importante para la transmisión del conocimiento por generaciones; la brújula, que permitió a los arriesgados marinos surcar el horizonte y llegar a lugares insospechados; la pólvora, que permitió a ambiciosos gobernantes extender sus dominios gracias a su poder destructivo y por último la imprenta (si, muchos creen que fue Gutenberg el padre de la imprenta pero lo cierto es que los chinos fueron los primeros en concebir el concepto). Al igual que el papel, esta permitió la difusión de las ideas a través del mundo.

Desde tiempos ancestrales, diferentes dinastías reinaron en China. Las primeras formas de organización estatal y meritocracia son de ese país. Sin embargo, la tradición guerrera ha sido trascendental en su desarrollo, incitando a otros pueblos a guerrear constantemente con ella. De ahí que el espíritu chino sea combativo y busque imponerse frente a los demás.

En 1911, después de dos mil años de dominio imperial, nació la República de China con el derrocamiento del famoso último emperador chino: Puyi, cuya historia es el objeto del film “El último emperador” de Bernardo Bertolucci. A partir de ese momento, empieza para China una época de invasiones y guerras, tanto internas como externas. Los japoneses los invadieron e impusieron un gobierno títere, masacrando a miles. Los comunistas y los nacionalistas se dividen y luchan por el poder, resultando en la retirada de los últimos a la isla de Taiwán (Antiguamente llamada Formosa). Los vínculos entre estos dos países han sido tensos porque China se rehúsa a reconocer la existencia de Taiwán. En el ámbito internacional, algunos países han reconocido la calidad de Estado de Taiwán, para la ira de China. Otros, sin embargo, por temor a los chinos aún no lo han hecho. Es increíble que pese alas dificultades Taiwán se haya abierto paso, sobreviviendo, gracias a su solida economía. Algunos llaman a este fenómeno el “Milagro de Taiwán”.

Con el predominio del comunismo y la llegada de Mao Zedong al poder, en 1966 se inició la llamada “revolución cultural del proletariado” consistente en una campaña para erradicar de China a los elementos liberales burgueses, continuando con la lucha de clases y la reeducación de la juventud. Lo anterior se encontraba incluido en las metas de la revolución, que buscaba la abolición de los “cuatro viejos”: Viejas costumbres, vieja cultura, viejos hábitos y viejas ideas, consideradas corruptas. Durante este periodo muchos fueron perseguidos, torturados y ajusticiados por no compartir las ideas de la revolución, toda influencia extranjera fue eliminada. Como ejemplo de dichas políticas, todos los instrumentos musicales de origen occidental, artículos y libros de occidente fueron confiscados y destruidos, castigando a su dueño (Para mayor ilustración recomiendo la película “El violín rojo” del director François Girard). Muchas personas que vivían en las ciudades fueron forzadas a trabajar en el campo, en zonas apartadas, lejos de sus familias. De igual manera, la población sufrió toda clase de privaciones, abusos y hambre. Muchos coinciden en que fueron tiempos oscuros para los chinos.

En este contexto viene a colación el asunto del Tíbet (que debo confesar fue mi motivación para escribir el texto). Esta región se encuentra en el centro de Asia, ubicada al noreste de China. El Tíbet fue un reino independiente. Desde el siglo XVII, los líderes espirituales budistas del Tíbet, denominados “Dalai Lamas”, han sido la cabeza de esta región. Sin embargo, China desconoció esta autoridad, invadiendo y ocupando militarmente al Tíbet en 1950. Aniquilaron y apresaron a las fuerzas tibetanas. Introdujeron las ideas socialistas a la región y sobornaron a varios funcionarios. El Dalai Lama actual, Tenzin Gyatso, fue obligado a refugiarse en el exilio, escapando de las autoridades chinas a la India, de forma asombrosa. Ese fue el origen del calvario del Tíbet y su gente, pues a la fuerza se les negó la independencia que habían gozado por siglos. Actualmente el Dalai Lama pide a sus seguidores que no empleen vías de hecho contra los chinos, vivo ejemplo de pacifismo pese a las circunstancias. La causa ha encontrado eco en la organización Amnistía Internacional, la opinión pública de algunos países de Europa occidental, la India y Estados Unidos. El asunto es complicado desde el punto de vista legal porque existen varias facciones disputándose la región del Tíbet. El derecho internacional no ha podido ser aplicado por la falta de voluntad de la comunidad internacional, que teme las represalias del gobierno de la República Popular de China.

El poder económico de China, y los avances para convertirse en superpotencia no pasan desapercibidos. Su avanzado programa espacial tiene planes hasta de enviar chinos a la luna y Marte. Sin embargo, los lineamientos implacables del Gobierno preocupan a muchos en el extranjero. La “justicia roja” esta determinada en acallar toda pronunciación en contra del Gobierno, fusilando a diestra y siniestra y cobrando por la bala a las adoloridas familias.

Estos juegos olímpicos no han sido la excepción al escudriño de las autoridades chinas. La censura ha sido evidente para los medios extranjeros. Las personas no pueden acceder libremente al Internet, tal como pasa en otros regímenes (tema que se trató en mi artículo “Las mieles de la Libertad” publicado en este blog). Las páginas de servicios informativos como la BBC y CNN se encuentran bloqueadas, así como toda página de la web cuyo contenido tenga algunas de las palabras incluidas en una lista negra del gobierno. Muy seguramente va a ser difícil acceder a este blog desde China por haber incluido la palabra “Tíbet”.

Las tensiones políticas no tienen porque influir en las justas deportivas. Estos juegos olímpicos no tienen porque mancharse de los errores del anfitrión. Ese no es el querer del Barón Pierre de Coubertin. Sin embargo los chinos deben entender que no pueden controlar todo y tomar en cuenta la frase del principio, puesto que el mundo no puede hacerse de la vista gorda y olvidar las atrocidades del pasado. Al Tíbet debe reconocérsele autonomía y permitírsele disfrutar de la libertad que gozaba hasta la invasión china. El Dalai Lama, al igual que muchos líderes espirituales merece respeto y no ser tratado como un vil criminal o traidor a una causa. FREE TIBET!